jueves, 12 de septiembre de 2013

Café y viaje

Cuando empecé a viajar no me sentaba a tomar café. No entraba dentro de mi concepto de viaje. El primer GRAN viaje lo hice el verano de 2009. Un mes viajando por Europa con mis dos mejores amigos. Desde entonces han cambiado muchas pautas viajeras. Echo la vista atrás e intento imaginarme cómo sería ahora la experiencia. Completamente diferente, lo sé. Quizá por eso guardo tan buen recuerdo de los días que pasamos con las mochilas a la espalda. No llevábamos guía, ni una ruta fija en la cabeza. Marta quería ir a París, yo a Brujas y a Miguelón le venía bien lo que dijéramos. El resto fue improvisación día tras día. Casi nunca nos parábamos a sentarnos en algún sitio a tomar algo. Echábamos la siesta en los parques de cada ciudad o pueblo por los que pasamos. Comíamos sentados en cualquier escalera bonita, cualquier banco o cualquier acera. Creo que almorzamos bocadillos y cenamos pasta 20 de los 30 días mientras soñábamos con el puchero de mi abuela en pleno agosto. 

Ahora siempre que viajo disfruto de cañas y café en todas partes. No he vuelto a estar de viaje tantos días seguidos, pero sigo apreciando cada escapada. En marzo estuve en Londres con mi amiga Lorena. Hacía muchísimo frío, incluso estuvo nevando dos días seguidos. Caminar por la calle era prácticamente imposible, la cara se me paralizaba y no podía casi articular palabra. Cada poco parábamos en algún café para reponer energía y disfrutar de algo calentito. Esos días cambié mi amada cafeína por litros y litros de Earl Grey. Lo mejor era sostener la taza entre las manos para calentarlas, y beberlo a sorbitos pequeños para alargar el momento todo lo posible. 

Hace un par de inviernos Marta y yo fuimos a visitar a Miguelón a Luxemburgo. Era febrero y pillamos el final de una ola de frío. Algunos días Migui tenía que ir a clase, así que Mar y yo nos quedábamos en su residencia alejadas del mundo exterior, pero un día decidimos salir a comer y esperarlo mientras dábamos un paseo. Decidimos buscar un lugar barato para tomarnos un café calentito y al final se nos pasaron las horas charlando. Ese día mantuvimos una de esas conversaciones reveladoras. Esas en las que el corazón es el que toma las riendas y confiesa sus más íntimos temores. Fue una de esas conversaciones en las que se mezcla la risa y el llanto. La tragicomedia guió nuestras palabras. Lo que parecían problemas acabaron siendo absurdos. Los fantasmas nos abandonaron mientras la taza de café iba vaciándose. 

Luxemburgo, febrero 2012

.-La Cafetera

1 comentario:

  1. Lo mejor de los viajes son los pequeños detalles, los colores, los olores, los sabores ; los ratitos sentados delante de una taza de café viendo pasar la gente son uno de ellos.
    Por cierto, nosotras tenemos un viaje pendiente ¿ verdad?.
    besos
    L.

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